Tengo un garaje. Eso es lo que está pasando por acá. Conseguí un garaje y estoy contento por ello. Bueno, yo lo llamo garaje o taller, pero en realidad es un anexo en el jardín del departamento que estoy rentando. Tiene muchas ventanas, así que parece más bien una mini cabaña. Como sea, decidí no llamarlo anexo porque esa palabra me parece terrible y siento que no puedo insertarla en estos hechos que estoy intentando retratar aquí. El garaje es la razón por la que estoy escribiendo esto. Un poco de contexto: Este año cumplí cuarenta. Cumplí cuarenta y conseguí un garaje. Inmigrante en sus cuarenta, que consigue un garaje y tiene algún tiempo de sobra. ¿Qué está construyendo ahí? No mucho. Primero pensé en transformar ese espacio en un refugio creativo, ya sabes, un cliché: un santuario para un hobby sagrado. Al principio de la pandemia me vi forzado a cambiar de domicilio en más de un par de ocasiones, así que ahora me considero afortunado por tener un hogar estable en el que puedo descansar. Y bueno, este hogar, además, venía con un pequeño jardín y un anexo al que decidí llamar garaje. De eso hace ya un año, y he estado de muy buen ánimo desde entonces. Debo admitir que una de las razones por las que esto me emociona es porque esto sucedió mientras leía Attempting normal (2014). Suelo influenciarme con las cosas que leo. He sido un fan del podcast de Marc Maron durante años, pero no fue sino hasta hace poco que leí este libro suyo. En caso de que el nombre o la historia no te suenen familiares: Maron es un comediante, conductor del legendario podcast WTF, que desde hace más de una década se transmite desde su garaje. Su experiencia, la cual ha contado infinidad de veces en el programa y que también se incluye en uno de los veinticuatro relatos del libro, fue en gran medida una inspiración para que yo quisiera tener un garaje en mis propios términos. La premisa es: Maron, llegado a una edad madura y sin idea de qué hacer con su vida, de pronto cuenta con un espacio en blanco, un garaje, el cual termina siendo el lugar desde el que transmite su podcast. Después de una temporada sin hogar fijo, eso es lo que soñaba para mí: contar con un espacio para ejercer un pasatiempo. Un espacio para crear algo a partir de la nada. Suelo influenciarme con las cosas que leo. Desafortunadamente, cuando llegó el espacio y tuve la disponibilidad de tiempo, lo único que hice fue añadir más actividades a mis rutinas ya establecidas. Trabajar en el jardín. No podcast. No proyectos creativos. Limpiar. Sobrevivir. Tratar de dar sentido a un mundo psicótico. Intentar formar rutinas nuevas. Hidratarse. Ir por una caminata. Hidratarse. Me pasé la primavera y el verano podando el jardín, encauzando la vid, prendiendo fogatas en la noche, tomando cafés en las mañanas, visitando amigos, acomodando un librero, leyendo, trabajando. Revirtiendo la cotidianidad de los días de encierro. En todo caso, durante los últimos seis meses no construí ese espacio que quería para mí. Parece un problema de clasemediero, pero esa es la yunta que arrastra el precariado. La culpa por el descanso. Me cuesta mucho esfuerzo salir del loop del mito de la productividad. Me reprocho no haber programado tiempo para ser espontáneo. Luego pienso que el problema soy yo y que tal vez lo que necesito es programar un tiempo para ser más espontáneo, y que este tiempo podría agendarse los lunes por la tarde o los jueves desde el mediodía, reflejando así un cierto edge de espontaneidad en el calendario. No edge. Solo cansancio. Me cuesta mucho salir del loop del mito de la productividad. Tal vez me debería inscribir a alguno de esos cursos en los que le enseñan a uno cómo respirar. Eso. Tal vez debería aprender a respirar.
No eres tú, es la mitología

Tengo un garaje. Pero mi idea de tener un garaje no fue mía. Tampoco fue idea de Maron. El garaje vive como uno de los grandes mitos de nuestro tiempo. Está profundamente asimilado. El garaje es el mito fundacional del emprendedor. Ya conocemos esa historia: Apple, Facebook, Google, Microsoft, Amazon, PayPal, todas ellas dicen haber nacido en garajes. Es el relato del emprendedor que se hizo a sí mismo. Es una narración que interpela al corazón del individualismo estadounidense. Es Disney dibujando desde su garaje, es Hewlett y Packard y es Alva Edison y es una lista interminable de bandas. Es, sobre todas esas cosas, una falacia. Sabemos que esta narración se corresponde más a prácticas discursivas que a hechos materiales. Ideología de la administración. El mismo Wozniak habló de esto hace unos años. Sin embargo, lo que me atrae del mito es lo que conecta esta narrativa con otras que tratan de comunicarnos algo distinto pero igualmente sustancial. El mito del garaje se conecta con el espíritu de otras grandes épicas estadounidenses; es el hermano deforme de Walden. Es una historia autofundacional atada a la idea de cierto tipo de esfuerzo — de cierto movimiento de autosuficiencia. Es sobre individualismo y transformación. Es sobre la relación entre el espacio y la creación. El mito simplemente se adaptó al discurso capitalista porque, siendo francos, el discurso capitalista adapta con increible naturaleza cualquier discurso externo a él: el capitalismo es la orquesta de Chester Kent en The saddest music in the world. ¿No?
La cotidianidad de las incertidumbres

Pues eso. Pensé esta bitácora como texto porque quería cambiar lo que comparto [y cómo] en las redes sociales. Tengo un garaje que vende nada. El garaje es el pretexto. No es un emprendimiento sino un taller para reparar cosas, y desde allí relato la cotidianidad de mis incertidumbres a mis amigos. Me es suficiente.